Hardcore.

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Atravesaba el cuarto de baño, luego de un round sexual sin demasiadas contemplaciones para con su contrincante a la que había dejado desparramada entre las sábanas y las almohadas.
Se frenó frente al espejo y se miró como queriendo entender su fugaz pensamiento. Es que estaba seguro que algo se le había escapado en ese despliegue de pasión animal.
-"Hardcore", dijo en voz baja, mientras repasaba sus fotos mentales en las que hacía alarde de su condición de gran amante. "Hardcore", repetía y sabía bien que ya no era jactancia.

Hardcore era su vida, un corazón de piedra que ya no latía. Sólo estaba ahí, petrificado.
Olvidó lo que significaba latir, olvidó lo que significaba acelerarse cuando el amor verdadero se traducía en candorosa endorfina recorriendo sus venas y traduciendo su rostro en una sonrisa.

Un día recobró la memoria y se cruzó con ella. Se conocieron como jamás hubieran apostado a conocerse, mucho menos a enamorarse.
-"Sin los ojos." Se decían al unísono como tantas frases que pronunciaban. Casi como si sus corazones estuvieran sincronizados. Y así fue como descubrió que el amor intenso, irracional, sin manual de uso, le brindó a esa conexión física que disfrutaba con ella, la perfección que jamás percibió en un round sexual.
Aún hoy sigue pensando qué hubiera sido de su corazón endurecido si no era irrigado nuevamente por la pasión que sólo el amor puede inundar.