Cartas Apócrifas III.

"Buenos días, 3 de febrero. ¡Oh, mi amada inmortal! ¡Ay mi vida, mi todo! Si me atrevo a escribir estas líneas es porque la noche me atrapa y los temores no dejan conciliar mi mejor sueño. No he de albergar tranquilidad hasta tanto tu entristecido corazón no logre sanear sus contiendas entre fantasmas, miedos y congojas. Nada que pueda decirte te atempera más que una caricia oportuna o un abrazo genuino que te propicie. Y allí está nuestro salvoconducto real. No temas a usarlos en demasía. No han de agotarse jamás.

Aún en los momentos más difíciles mi fe en los dos no claudica. Tampoco mi esperanza por vernos finalmente juntos. Atrévete a pensar en un futuro a mi lado y que sea en esta vida. Más precisamente en nuestros días. No hay instancia válida para un condicional que nos contenga sin el más mínimo retroceso. Mientras entendemos la raíz de tus zozobras, más rápido capearemos el temporal de los intangibles miedos.

Ambos nos hemos buscado y deseado por los siglos de los siglos. Si no te conociera, te describiría nuevamente y se muy bien que siempre has deseado lo que en este mortal hallaste. Por ello, no desconfíes jamás del fiel corazón de tu enamorado Ludwig. Ya encontrarás y encontraremos la forma de despejar los nubarrones en el cielo de nuestra campiña soñada.

Eternamente tuyo, enternamente mía, eternamente nuestros, mi amada inmortal."

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