Ecos.

Strangers passing in the street

By chance two separate glances meet

And I am you and what I see is me





En una esquina de la vida, en un instante de la existencia, en apenas un suspiro en la eternidad, allí mismo, en ese preciso e inesperado momento, ocurrió nuestro primer cruce de miradas.

El carácter virtual del fenómeno no le restaría ni le sumaría nada más que un canal diferente y una condición: la construcción fuera de la mirada real de nuestras apariencias circunstanciales.

Pero fue el hecho de sabernos contemporáneos y contar con la ventaja de la cercanía espacial, la que me provocó una cadena inexplicable de imágenes que me hacían más que próximo, mucho más, tanto más que calificar a esa secuencia final de destino ineluctable, no me pareció descabellado ni tampoco, mis labios y mis dedos, se privaron de expresarlo así. De hacerlo saber, de gritarlo a los cielos, no sin antes asombrarme de la intensidad del encuentro, de ese choque de estrellas, de esa conjunción astrológica que animaba mi razón a despojarse de toda explicación. 

Y caí en la cuenta de que estaba ante esa oportunidad única, en la que la vida nos regala la posibilidad de comprender todo aquello que antes sólo leía, escuchaba o se manifestaba en otros afortunados, pero que no interpretaba, acerca del amor y su inexplicable condición arrolladora. 

Si nunca antes me había sentido así de comprendido, ni siquiera dimensionado, era porque tampoco yo demostraba demasiado interés en abrir esa coraza que siempre mantuvo a mi orgullo a salvo. Ya no importa hacerlo, tampoco necesito guardar ningún secreto puesto que me he encontrado desnudo de toda desnudez. 

Me asombra no tener que seguir buscando razones para justificar mis percepciones o decisiones. Ya nada me sucede sin estar imbuido en la magia serendípica de una conexión indestructible. 

Cuando esa concatenación de eventos, o de tan solo evocaciones, irradian esa presencia siempre cercana, aunque no sea física, entiendo el por qué de mis primeras sensaciones. Sensaciones que me transportaban a un pasado o a un futuro, en fin, a un no-temporal, que nos hallaba unidos en una alquimia covalente, indisoluble e inmanente.

Una unión forjada en este presente que no es, ni nada más ni nada menos, que el único presente que esta vida nos ofrenda como reliquias de otras vidas mitológicas que nos han convocado a través de los ecos de los tiempos inmemoriales. No sólo para conocer las posibilidades que el concepto de amar encierra, sino para seguir explorando sus dimensiones, hasta que transmutemos nuestra materia hacia otros horizontes metafísicos y otros desafíos fuera del alcance de nuestra razón.



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