Sal de Uruk, Lilith.


Extrañaba tus besos y no habían pasado siquiera horas
de la última degustación de tus labios.
Extrañaba tus brazos y tampoco resultaba borroso
el recuerdo de ellos enlazándose en mi cuello.
Te extrañaba como si la distancia en el tiempo hubiera sido tal,
que una vida humana no alcanzara para dimensionarla.


Y te extraño.


Si esta forma de extrañarte ocurría cuando las horas sin vernos eran breves, en la mente de cualquier mortal, imagínate ahora que pasan los días y mi vida transcurre entre suspiros y recuerdos...
Recuerdos de la última vez que vi tu rostro en el lecho, mientras te contemplaba, arreciando tus costas.

No recuerdo en toda la eternidad, haber extrañado tanto a alguien más que a vos, porque jamás hubo ese alguien escrito y descrito en leyendas, mitos y textos sagrados. Tampoco entiendo porqué vuelvo a caer en esta tortura pendular que sólo se corta con tu divina presencia.

¿Habré pagado yo, mi maldito karma? ¿Acaso estás dispuesta a seguir pagando vos, mucho más?
¿Entra lo justo en esta ecuación? ¿Es entonces justo, privarnos de nuestro épico encuentro?¿Podremos hacer real el curso de una vida renovada transitada juntos?
¿Será ésta una historia dispuesta a superar cualquier cosa que se proponga?

Siempre te hablé de destinos. Y los torné redundantes, haciéndolos ineluctables aunque peligrosos, para tu indómita alma. Te pido entiendas que siempre soñé a mi lado a la mujer más indomable en la que Lilith haya reencarnado. Pues entonces, sal de Uruk, Lilith. Sal.
No pretendo domarte, no estoy dispuesto a ser domado tampoco, aunque mi astucia me haya valido duros castigos por parte de Zeus. Ambos anhelamos la libertad y ambos podemos orientar ese futuro esquivo sin condiciones. Sin miedos, más que los que nos de, el vértigo de sabernos héroes, sólo por hoy, juntos.

Cuando tuviste esa extraña oportunidad de ser digna protagonista de un engaño más al Hombre, como castigo de los dioses, encarnándote en la hermosa y primerísima Pandora, pudiste saber esconder ese arma que hoy puede asistirte en tus deseos de huir de esa cárcel que Epimeteo te ha construido, no sin habilidad culposa.
Porque la Esperanza se mantuvo a salvo en el fondo de tu inquietante caja. Es hora de sacarla de allí y hacerla florecer entre nosotros. Sin ella, todo habrá sido en vano porque ella, y sólo ella, puede devolvernos la posibilidad de escurrirnos en la inmortalidad de los tiempos, desde el hoy.


Aquí y ahora. Por siempre tuyo.

Prometeo

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