Eros y Psique.



Era tanta la belleza de Psique que el culto a la diosa Venus se vio amenazado. Ya no había fieles ni peregrinos en sus templos sino que todos creían que la diosa misma había reencarnado en Psique. La diosa, iracunda por la novedad, decidió castigar con toda dureza a la mortal, aún cuando ésta no tenía la más mínima intención por suplantarla. Tramó una terrible venganza: maldiciéndola, la deseó que no encontrara el amor sino en el más terrible de los engendros. Para ello envió a su hijo, Cupido (también conocido como Eros), para que la hiciera enamorarse de la criatura más vil y maléfica.

Ella era tan hermosa, tan frágil e imponente a la vez, que recogía envidias femeninas y desilusiones masculinas por doquier. Estaba acostumbrada a no ser parte de nada, a estar varada en un mundo que no le era propio, o al menos, no sentía que lo fuera. Todo le resultaba extraño y así solía ser vista por los demás. Una belleza extraña, indómita, que la colocaba lejos de todo y cerca de nadie.

El tiempo pasaba y la joven no encontraba esposo; tan divina era que quienes la pretendían, al contemplarla, no podían creer lo que sus ojos les devolvían y se acobardaban, marchándose avergonzados. Psique tenía dos hermanas muy bellas también, pero de una belleza mundana, lo que les permitió desposarse dentro de sus elevadas pretensiones. Un día Psiche fue junto a sus preocupados padres a consultar al Oráculo de Delfos para pedirle consejo. La respuesta no fue la que esperaban: se les pidió que ataran a la bella joven a un alto acantilado en la costa de un profundo precipicio. La saludaran a la vez que pronunciaran plegarias y finalmente la abandonaran para que, al cabo de un tiempo, su futuro esposo la recogería. Aquella criatura no sería más que la espantosa y vil promesa que Venus había indicado a Cupido que atara a su destino. Cumplieron su tarea y, entre sollozos y lamentos, abandonando a Psique a su suerte.

Luego de varios estrellazos amorosos en los que conoció la maldad y la perfidia, de buscar y no encontrar su lugar ni a su compañero, continuó indómita. Esperando por la paz de aguas quietas, cruzó a un candidato que ajustábase a ese momento de zozobra permanente. La desposó y la hizo madre. Pero la sensación de extrañeza e incomprensión seguía vigente y ampliaba la brecha de contacto con el mundo, más y más. Sus zonas de reserva se hacían extensas y la comunicación no era más que un litigio constante. Se fue apagando poco a poco, pasando cada vez más tiempo en sus dominios nocturnos donde nadie podía dañarla, tampoco asirla. Se disociaba, se confundía con su doble de espíritu, pero no podía darse cuenta de su progresiva y terminal situación de entrega... a la muerte en vida.

Y allí, y de esa manera, la encontró Cupido, que llegaba con su arco, armado para cumplir con la sentencia de su furibunda madre. Pero cayó rendido por su propia flecha, un cazador cazado ante la auténtica y divina belleza de Psique. Así fue como Eros llamó a Céfiro, quien con su soplido se llevó a la hermosa mujer a un oculto lugar, resguardándola del alcance de Venus y guardándola para el flamante enamorado. El lugar que eligió para cuidarla y recuperarla era un exquisito refugio, al que llegaba la suave brisa marina, delicadamente decorado y provisto de todas las comodidades que cualquier mortal o divinidad pudieran imaginar o desear. Las habitaciones, perfumadas. Había un ejército de sirvientes invisibles que accedían a todos los pedidos y deseos de Psique. Allí mismo, y cada noche en la que la oscuridad ganara su lecho, Cupido llegaba para amar a Psique, llenándola de caricias y besos, sintiéndolo, pero no pudiendo verlo. Después de innumerables acometidas, a la dulce muchacha, quien no soportaba la incertidumbre de no saber cómo lucía su ahora gran amor, se le prohibió verlo, bajo la más terrible de las amenazas. En un principio, aunque con cierta reticencia, confió en su amado. Cada noche, cuando la oscuridad se adueñaba de la casa, la pareja se reunía en el lecho experimentando toda su felicidad.

Lo conoció cuando no lo esperaba, aunque existe la duda acerca de si su llamado no fue escuchado por los dioses. Tampoco él imaginaba cruzarse con tan bella dama y caer a sus encantos sin siquiera poder oponer la más mínima resistencia. Era inevitable, ineluctable. Su pasión se desató con bravura y no cesó hasta cercarla con sus hábiles armas y ofrecerle todo su amor en ráfagas interminables. Se presintieron al inicio y supieron que ese circunstancia excepcional donde la vida los alineó en el mismo tiempo y espacio no era para dejarla pasar. Y se entendieron como nunca antes los habían entendido, sus almas estaban en sintonía perfecta y digitaban serendipias que se ofrendaban mutuamente. Se conocieron y se amaron sin los ojos. Mas sus almas ya estaban conectadas por la magia de un amor que todo lo puede, aun ante los desafíos más atemorizantes.

Mientras Psique disfrutaba de su gran amor, sus hermanas se encontraban preocupadas por la suerte de la bella joven y así fue como se dirigieron al acantilado para buscarla. Sus lamentos y llamados llegaron a oídos de Psique quien se encontraba en su nueva morada. Atormentada por la culpa, le contó a su marido "sin nombre" su angustia. Él le advirtió de lo perjudicial que sería un encuentro con sus hermanas pero accedió ante los encantos de la hermosa Psique. Eso sí, no debía develarles su misteriosa relación. Entusiamada ante la posibilidad de verlas, le pidió a Céfiro que las transportara ante ella. Las hermanas pudieron entonces verla, quedando muy impresionadas con los lujos que la joven disfrutaba. Psique no pudo evitar contar a sus hermanas acerca de su situación, desobedeciendo las alertas de Cupido. Lo cierto es que Psique compartía sangre con sus hermanas, pero no sentimientos, es por eso que ellas fueron consumidas por la envidia que les provocaba su felicidad. Idearon un malévolo plan: intentarían destruir la confianza de su hermana en su amado, convenciéndola de que la razón de su invisible presencia era debida a que él era monstruoso de aspecto y que sus intenciones eran de las más nefastas para con ella.


Y los miedos llegaron luego de un tiempo de felicidad e intenso amor prodigados entre ambos. Su pasado cercano y su espíritu indómito hicieron que sus dudas se acrecentaran y desconfiaran de la proyección y fortaleza de ese amor idílico que estaba viviendo. Sus recuerdos de momentos pasados la arrastraban a la duda y la alejaban de ese frágil presente que requería un esfuerzo que no sentía poder aportar. Y así fue como decidió apartarlo de su vida. Prefirió mantenerse aislada, dejar que el tiempo ordenara sus sentimientos y sensaciones al respecto. Su decisión no fue más que una prueba para ese amor tan intenso como genuino que quería preservar pero, a la vez, cuestionarlo desde lo más profundo. No estaba dispuesta a  arriesgarlo todo por la euforia de un encanto circunstancial, necesitaba saber si era lo que había estado buscando desde siempre. Y así fue como se encerró en sí misma, a pesar de las interferencias constantes que sentía provenían de su entorno, pidiéndole quedarse con lo conocido, resignando su felicidad y volviendo a esa muerte en vida. Gris.


Así fue como la natural curiosidad y desconfianza femenina, provocaron la desgracia: una noche, mientras descansaban al término de una apasionada velada, Psique se levantó y, retirando las sábanas, pudo ver la imagen prohibida del dios. Obnubilada y cautivada por la belleza de Cupido, no se percató que el aceite de la lámpara que iluminaba la escena había caído sobre él, quemándolo y despertándolo. Cupido sólo atinó a decir: "El amor no puede vivir sin confianza" y con esas últimas palabras la abandonó, haciendo que ambos se sumieran en una insondable tristeza. El dios cayó enfermo y Venus aprovechó la culpa que pesaba sobre ella para elaborar una serie de pruebas que la joven debía pasar y cumplir si pretendía retornar a los brazos de su hijo. Psique incluso llegó a intentar  suicidarse, sólo el amor impidió la consumación del acto.


Entre Escila y Caribdis se encontraba y a la costa debía llegar, sana y salva. Comenzó a desenredar la madeja de hilo de miedos, angustias y dudas, con la ayuda del tiempo y la esperanza de hacer de ese amor, que sentía vívido y pasional, como ninguno, único y perenne. Para ello trabajó en su laberinto descartando cada uno de los caminos que la alejaban de su objetivo de felicidad. Aprendió los mecanismos del amor, que habían sido esquivos hasta ese momento, y que le ayudaron a comprender su capacidad de entrega y esfuerzo necesario para ofrendarse y recibirlo como él lo hacía. Se animó a vivir intensamente, sabiendo que su paso a la inmortalidad requería de una prueba en vida. Su entrega al amor desinteresado, a ese amor verdadero y profundo que sólo encontraba en los ojos y los besos de su amado. Lo sabía desde siempre, mas sus miedos conspiraron, a cada instante, para hacerle la travesía más y más complicada.


Apenada por la ausencia de Cupido y extrañándolo sin cesar, Psique comenzó la búsqueda y se encontró con Venus, quien le interpuso todas esas pruebas imposibles para los mortales, buscando que la bella dama claudicara en alcanzar a su amado. Separó milímetricas semillas, juntó agua negra del terrible río Estige, conoció el Hades, atravezó el río de la muerte junto a Caronte, trajo la caja de la belleza de Proserpina para Venus, no sin antes abrirla por su incontenible curiosidad. Sin embargo la mortal cumplió con todas y cada unas de las tremendas pruebas, por supuesto que con la inestimable ayuda de circunstanciales que caían rendidos ante la belleza de Psique.

Y surgió al final triunfante entre sus miedos, dudas y pasado. Logrando aprender la prueba que la vida le había interpuesto y que requirió de todos sus esfuerzos para llevarla a cabo. Lo hizo por amor, y con el amor que había recolectado a cada instante de esa travesía. Un amor que él jamás dejó de propinarle con sabiduría y en la dosis justa que impulsara e incentivara su aprendizaje. 

Todo terminó felizmente. El Amor y el Alma (que es lo que significa Psiqué en griego) se buscaron y tras duras pruebas se encontraron. Y esta unión no debía romperse jamás.

0 comentarios:

Publicar un comentario